MSc. Miriam Karina Caro
MSc. Edwar Ramírez
MSc. Juan Carlos Pérez
ENTREVISTA A COMPTE SOBRE LA ECONOMÍA DE MERCADO
Para Compte, la sociedad se encuentra
amenazada por dos posiciones extremas: el fanatismo y el nihilismo. Considera
necesario mantener y transmitir los valores o la moral, que hemos heredado
desde hace miles de años, y que se ha transmitido de generación en generación,
dando como origen lo que hoy en día conocemos como civilización. Deja claro que
no está en contra de la religión; sino del fanatismo.
Compte, se describe a sí mismo, como:
materialista, racionalista y humanista; ya que considera que todo lo que existe
es material, que lo que piensa es su cerebro y que la humanidad es lo más
valioso que tenemos. En este sentido; a la
hora de clarificar y evidenciar los males, que aquejan
a nuestra cultura, cabría hablar de tres elementos, que, en conjunto,
abarcan la totalidad de las dimensiones de la realidad: el sistema capitalista,
que supone una sociedad de injusticia estructural; el materialismo histórico inicial, y el vacío espiritual de una sociedad enfrentada entre el alma del ateísmo,
el fanatismo religioso y el nihilismo que niega su legítimo lugar a la
espiritualidad entendida como la dimensión humana por excelencia y cuya
ausencia genera, por un lado, el relativismo, el nihilismo y la angustia
existencial y, por el otro, el fanatismo, el integrismo o el sectarismo como
huida del malestar que produce la ausencia de espiritualidad en un mundo frío,
banal o chato como puede ser el actual.
Cuando se
quiere evaluar el sistema capitalista, es preciso comenzar por examinar su
historia. La historia revela el tipo de sociedad a partir del cual evolucionó
el capitalismo, y la forma que éste asumió a lo largo de su desarrollo. El
testimonio del pasado nos permite evaluar el capitalismo sobre la base de sus
logros, sus fracasos y su moral. Una apreciación práctica de la historia del
capitalismo asignaría, sin duda, gran importancia a sus realizaciones
económicas.
El
capitalismo es económicamente insuficiente porque, según se afirma, no es capaz
de hacer frente a algunos de los problemas económicos más importantes;
crecimiento en el largo plazo, sucesión de ciclos de prosperidad y depresión,
grandes conmociones exógenas (como los desastres naturales y la guerra),
externalidades, bienes públicos y males públicos (como la educación y la
contaminación). El capitalismo crea una sociedad visual y espiritualmente
ofensiva, tanto en sus artefactos como en su calidad de vida y artículos feos y
vulgares, condiciones de trabajo y de vida en las fábricas y villas miserias
desagradables e insatisfactorias. El capitalismo es inmoral porque la economía
de mercado esencial para su funcionamiento recompensa en forma irregular,
creando desigualdad e injusticia. Sin embargo, al observar al capitalismo como
sistema mundial constataremos que es un sistema mundial polarizado, en el
sentido que ha generado una desigualdad sin precedentes en la historia de la
humanidad.
La
modernidad es el momento en donde se proclama que la humanidad hace su propia
historia, entonces se atribuye el derecho de innovar, de inventar, se da el
derecho a una imaginación creadora en todos los ámbitos. Tenían diferencias
pero una cosa en común: la creencia, la proclamación de que el orden social formaba
parte del orden natural, de un orden cósmico, generalmente asociado a una forma
religiosa o a una creencia metafísica, y que el ser humano o la sociedad no
tenía que inventar sino obedecer a las leyes dictadas por ese orden cósmico.
Bien entendido, en realidad la tradición en cuestión tenía que ser
constantemente re-interpretada porque la sociedad, a pesar de todo,
cambiaba. La modernidad es el momento de ruptura con todo esto, ruptura que,
por razones históricas, se desarrolló en una región del mundo en un momento de
la historia. Cuando el capitalismo se vuelve un sistema mundial, esta nueva
cultura que llamamos modernidad, se vuelve mundial.
A causa de
la polarización que produce la expansión mundial del capitalismo, la expansión
de esta cultura está en crisis permanente, promete a todos pero distribuye
siempre en forma cada vez más desigual, creando fenómenos de rechazo, de
insatisfacción. Nos encontraríamos en el culturalismo, o sea, la afirmación de
culturas con elementos transhistóricos y específicos que suprimirían
completamente el universalismo. El deseo de ser, la búsqueda de la
felicidad está orientada a la realización de los seres humanos. El terreno de
la intersubjetividad donde podemos vivir juntos y ayudarnos mutuamente a
realizar nuestros proyectos de vida y a establecer los pactos mínimos de una
convivencia fraterna. Las ideologías capitalistas neoliberales nos sitúan
lejos de esa pretensión. La intersubjetividad queda reducida a su mínima
expresión, esto es, a mera convivencia instrumental en la que se pretende
garantizar exclusivamente la libre competencia, sin que importe si hay
condiciones suficientes para que la igualdad sea el punto de partida
y de llegada de una sociedad que permite la realización efectiva de las potencialidades
de lo humano.
Al final
del siglo XX, el equilibrio que existía entre la economía de mercados y la
sociedad se rompió a favor de los mercados y he aquí el resultado: la
pérdida de confianza de los ciudadanos. La perdida del piso en la tierra se
debe por el dominio de un acercamiento al desarrollo nacional centrado en
el mercado y a la voluntad de los gobiernos para seguir los dictados de la
política de las organizaciones internacionales financieras.
Coase
(1937) introdujo y definió el término costos de transacción como los costos de
usar el mercado y que da una racionalidad a la existencia de las firmas. Los
mecanismos del mercado implican costos como descubrir la relevancia de los
precios, la negociación, exigir su cumplimiento, etc., y en general todos los
posibles modos de organización económica implican costos relativos de organizar
transacciones bajo arreglos institucionales. Las decisiones para organizar los
costos de transacción dentro de la empresa se oponen a las decisiones del
mercado que dependen de los costos relativos del intercambio interno y externo.
Para esto, las empresas obtienen sus recursos y materias primas a muy bajo
costo y en abundancia, penetran en nuevos mercados y reducen sus costos de
transacción en las operaciones de comercialización.
Esas
distintas iniciativas se van encontrando en el espacio al que convergen: allí
se conocen, intercambian sus razones y experiencias, se aportan y complementan
recíprocamente, se enriquecen unas con otras. Los que llegan por un motivo
aprenden a reconocer el valor y la validez de los otros, y así se va
construyendo un proceso en el cual la racionalidad especial de la economía de
solidaridad se va completando, potenciando y adquiriendo creciente coherencia e
integralidad. Conociendo esos motivos y caminos, esas búsquedas y experiencias,
iremos comprendiendo cada vez más amplia y profundamente qué es la economía de
solidaridad y encontraremos abundantes razones para participar en ella.
La religión
es un tema de fuerte debate entre los que creen que los conocen todo y el
público general. El problema no es si creen o no creen en Dios. Hay que
reconocer que todo este fenómeno en torno a las sagas y su influencia masiva,
cuanto menos, nos produce cierta perplejidad. Lo que se constata entre las nuevas
generaciones es un gran vacío de mitos, de grandes cosmovisiones, y quizás esté
aquí entre otras cosas la clave del éxito de este nuevo fenómeno. Todas estas
nuevas manifestaciones de la modernidad tienen para muchas personas un gran
poder unificador e integrador. Y en la sociedad actual, la gente necesita de un
orden, necesita seguridad, necesita construcciones que den sentido a su vida.
De aquí que muchos de estos fenómenos sirvan para compensar todos los
fraccionamientos, los desencantos, los fracasos históricos, que nos ha traído
el siglo XX. Contribuyen, de alguna manera, a que el individuo se sienta más
tranquilo, más sereno para afrontar la vida.
El filosofo
Sotelo afirma que vivir a la altura de nuestro tiempo significa hacerse cargo
de la finitud provisional de lo humano, así como de todo lo existente. El que
vivamos abocados a la muerte no nos angustia; todo lo contrario, da a la única
vida que tenemos un ansia enorme de vivirla de la mejor forma posible, es decir
según el principio de convivencia, en paz y libertad. Sotelo subraya finalmente
que "pese a tantas y tan grandes divergencias, coincidimos en algunos
puntos que vale la pena recalcar. El primero atañe a la dignidad humana"
(p. 241), su grandeza implica su autonomía y su autodeterminación. "El
segundo punto de coincidencia se refiera a la fragilidad humana" (p. 242)
y conlleva la necesidad del otro, abrirnos a los demás, caminar hacia la
fraternidad.
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